EL CONCEJO

 

EL CONSEJO

 

 

El breve resuello de un viejo ventilador removía brevemente la bastante sutil telaraña que, en medio de una ventana de acero, era testigo de mi primer movimiento, de ese que necesitaba para levantarme. Una extraña voz en mis adentros me decía: “no, no podrás hacerlo, estas vencido, detente, acuéstate”. Pero yo, que no quería rendirme, me puse de pie de nuevo y poniéndome tres chompas encima, respiré.

Entonces un extraño murciélago pasó por las afueras, y si digo que fue un murciélago fue porque realmente vi su silueta y ella realmente figuraba a la de un roedor volador. Yo veía solamente a la Luna, y ella se aclaraba desde unas tenebrosas nubes blancas que en un cielo azul oscuro me decían que la noche iba ser tétrica como el momento en que por fin me puse de pie, y empecé a trotar.

No había bebido nada, no había tomado pastillas ni nada, solo eran mis ganas y esas antiguas palabras de mi abuela que me decían: “calor, el calor mata cualquier enemigo...” Y, así yo, recordándola, empecé a trotar primero lentamente; pero después más rápido, y luego más rápido aún.

Una voz como de ultratumba entonces escuché por mi cocina; mas no haciendo caso, continué con mi ejercicio de calentamiento y no me detuve. Seguí y seguí con mi trote hasta que poniéndome aún más chompas a mi ser, continué así mi calentamiento hasta que finalmente conseguí un ritmo.

Los médicos me habían dicho que debía reposar después de darme Paracetamol. Más yo, no queriendo hacer caso, pues veía que mi mal no mejoraba sino empeoraba, zas, siendo consiente además que ya no podía darles más plata, hice lo que la abuela me dijo: “calor, calor, muchacho, eso no falla...”

Y una criatura entonces como blanca y deleznable pasó por mi delante como queriendo asustarme para detener mi trote. Mas yo, en mi mente, rezando un padrenuestro, detuve mi temor, y continué, continué adelante.

Las nubes en el cielo también ocultaron a la Luna de pronto, y su luz horrorosamente entonces ya no me alumbraba y sin duda me debilitaba. Pero yo, poniendo de mi parte, no dejé de hacer trote; y pronto, alcancé a sudar levemente.

El sudar ciertamente me dio más fuerza para continuar y apliqué entonces más ligereza a mi trote y pronto ya daba zancadas en lo alto. Y de repente, empecé a sentir calor en mi cuerpo.

Un terror y espanto se escuchaban por los noticieros; por eso, es que yo no les prestaba oído; y menos ahora porque necesitaba estar tranquilo, superando este obstáculo también, el de esforzarme para vencer aquello que me oprimía, que me hundía el pecho, y a veces me quitaba un poco la respiración.

Pronto, entre aullidos de perros hambrientos a lo lejos, empecé como había deseado, sudar a chorros; y ello provocó que mi cuerpo entero prácticamente empezara a caldearse. Y como si tuviera fiebre, pero fiebre de veras, empecé a sudar, y a sudar y a sudar; y no dejaba de hacerlo.

Un inusitado poder candente entonces me caldeaba de calor y sentí de pronto que mi cuerpo entero, se empapó de mi traspiración, pero yo jamás dejé de trotar hasta creo que dio las tres de la mañana en que, ya no pudiendo, ya dando todo el físico en mí, caí de nuevo en mi cama de donde me había levantado para hacer este ejercicio.

Los médicos me habían dado pastillas y me habrían sugerido un tratamiento; pero yo, que ya no tenía más plata para darles, y porque mi abuela ya había muerto, pero antes de irse me dijera esto: “has esto produciendo calor”, descontinué todo tratamiento médico; y encerrado en mi habitación, con fiebre a veces, otras con dolor de cuerpo, decidí hacer lo que mi finada abuela me aconsejó antes de rendirme porque ya sentía que mi cuerpo, si no hacía algo, desfallecería.

Entonces pronosticado de Coronavirus y sin dinero sin una sola peseta, hice como ustedes vieron una noche tantas, pero tantas zancas en mi propio cuarto que rendido por tanto ejercicio y habiendo sudado tanto, me desmayé hacia la cama de donde me había levantado para despertar horas después, ya de mañana, con la gloria inmensa y legitima de haber ganado al virus ese, y volver de nuevo a vivir con la más grande de las esperanzas…

“Calor, calor, los virus odian el calor…”

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA RISA

PASEO DE VERANO